27.8.11

Sabado

Hoy me levante tarde ayer fue un dia complejo en el trabajo.
No habia agua en el departamento, desayune y lei un rato 2666. Esta bueno, bueno. Ordene algunos papeles del trabajo y fui un rato a la playa.

Anoche vi la nueva pelicula de los simios llamada  "The Rise of The Planet of the Apes" en donde una de las malditas companias farmaceuticas que manejan el mundo desarrolla una droga en la que aplicada a un dulce chimpance el mono pasa de comer bananas y jugar con rompecabezas a encabezar una revolucion. Mas alla del argumento de la peli es interesante ver como el monito descubre la amistad, el amor, la traicion, el engano  la violencia y la conciencia de muerte. Entiende como funcionana las relaciones de poder y cuando llega el momento de cuestionarse las ventajas y/o desventajas de ser un ser superior llegan los helicopteros, los tiros y los efectos especiales al mejor estilo americano y todo se va al carajo.

Hoy tal vez vaya al Centro Franco Mozambiçano, musica en vivo con un homenaje a Elis Regina. Manana viajo al projecto de Lichinga, region ubicada entre Malawi y Tanzania.
Au revoir!

25.8.11

Quinta Feira




"Embaixada libia em Maputo alia-se aos rebeldes"

Esas fueron las primeras palabras que escuche en la  manana del dia de hoy mientras maneja al trabajo.
Inmediatamente recorde que la gran mayoria de las embajadas se encuentra en la zona de la baixa, especialmente en la calle Friedrich Engels, una de las calles mas bonitas de la ciudad donde se puede caminar bajo jacarandaes y flamboyanes cada tanto hay unas pergolas con unas Santa rita increibles.

Despues de 10 anos de lucha independentista Moçambique consiguio su independencia de Portugal en 1975 a partir de la cual se declaro el triunfo de la revolucion, se declaro el carácter de Republica popular y se decidio  una direccion marxista-leninista que duro hasta mediados de los anos 90. Hoy dia creo que lo único que queda de aquella revolucion son algunos murales conmemorativos y los nombres de las calles, uno pude caminar por la avenida Mao Tse tung, doblar por Salvador allende y retomar por Karl Marx. Algunos de los senores que hicieron la revolucion siguen en el gobierno, aunque hoy estan un poco mas gordos, sus cuentas cuentas banacarias aun mas y manejan la telefonia celular, los bancos, los recursos naturales.

Con un sistema o el otro, Moçambique nunca dejo de ser uno de los países mas pobres del mundo.


19.8.11

Viernes

"Un oasis de horror, en medio de un desierto de aburrimiento."  

Charles Baudelaire

16.8.11

Mozambique

El trópico, antes que nada, huele.

Mozambique en invierno no huele y a la salida del aeropuerto cuando bajas la ventanilla del coche no te asaltan los olores a transpiracion humana, a mierda, algo de fruta podrida impregnada en el ambiente, alguna especie de algun vendedor ambulante o aguas servidas al costado del camino. Mozambique, al menos la primera impresion es que no huele, o al menos no huele tanto.

Con su arquitectura de estilo mediterranea en muchos de sus edificios publicos de herencia portuguesa, la costanera y sus clubes nauticos, sus avenidas amplias comandadas por esplendidos jacarandas, platanos y palmeras Maputo impresiona ser una ciudad africana bastante atractiva y fuera de lo comun.

Mozambique esta cambiando segun los indicadores economicos, o al menos Maputo esta cambiando pero hay que desconfiar, casi siempre,  de las primeras vistas. El cambio tal vez sea asunto de unos pocos, de los pocos que viven en la ciudad capital. Seguramente para el resto la vida debe seguir siendo terriblemente parecida a lo de siempre. Digo, a lo que contamos en este blog cada vez que nos damos una vuelta por este continente.

9.8.11

Martes

Me levante muy temprano, por las mañanas esta fresco. Desayune café con algunas tostadas.
Ordene por primera vez mi oficina, ordene algunos mapas y reacomode algunas cosas. Tuve un breve encuentro con la epidemióloga del proyecto. Hablamos en inglés. Luego fui a una reunión con gente de la farmacia y la cadena de supply. Hablamos en portugués. Almorcé feijoada.
Por la tarde reunión con el equipo de coordinación. Charla informal con el jefe, hablamos de la historia de Mozambique, el conflicto armado y las consecuencias en el sistema de salud mozambicano. Tambien menciono brevemente las fuentes del financiamiento de los programas HIV en África del sur que este año recortan su presupuesto drasticamente. La especulación financiera de estos días no ayuda.
Volvimos a casa caminando. Cenamos ligero, de postre torta helada de chocolate y brindamos con champagne. Hable por skype con E. y Emilio, mis padres y algunos de mis hermanos.

En 40 minutos se acaba mi cumpleños. Tengo 34 años.

5.8.11

Ginebra, III



Hoy fuí al Hospital Cantonal al departtamento de Medicina del viajero a chequear mi carnet de vacunación y discutir con el especialista la posibilidad de tomar profilaxis para la malaria. En el tranvía camino al Hospital me acorde de un texto de Bianchotti acompañando a Borges en Ginebra, justamente en el Hospital. Lo acabo de encontrar en la web.

La muerte de Borges, por Héctor Bianciotti

"..Cuando fui a verlo en el mes de abril, Borges estaba en el hospital cantonal, en cama, y sin embargo, al oírlo, cualquiera hubiera dicho que se hallaba en uno de los cafés de Saint-Germain-des-Prés que tanto le gustaba frecuentar. Si su sapiencia siempre me había impresionado, la tarde en que fui a verlo al hospital permanece como ejemplar en mi memoria, por su sencillez, por esa lección que parecía venir de los antiguos, del fondo de los siglos. Yo pensaba como él, aceptaba que nadie escapa a las leyes y a las pautas que rigen este mundo, que nuestro destino es luchar como si el mundo fuese un proyecto y nosotros sus obreros.

Si tuviera que describir brevemente la sapiencia que emanaba de él durante esas horas pasadas en su compañía, diría que consistía, ese día, en su capacidad de ignorar la enfermedad, de no aludir a ella, de vivir con dulzura, llenando su tiempo, que se había vuelto tan lento, con lo que todavía le quedaba por empezar, o por terminar; el porvenir ya no le concernía, no invadía el presente, donde ayer es todavía y mañana, ya.

Se parecía en eso a lo que tardíamente pude constatar en mi madre: ni añoranza del pasado, ni esperanza o miedo hacia el porvenir, sino una humilde atención al instante. Y la costumbre de imponerse una conducta que no suscitara la preocupación en el testigo, o su compasión: cada compromiso, como si fuese el primero y el único.

Borges trabajaba en un guión sobre Venecia, que le habían encargado, y en el prefacio a la edición de su obra en la Pléiade, que terminaría un mes más tarde, tres semanas antes de su muerte. Recitaba poemas, entre ellos una pieza de Cocteau, para comentarme que el poeta había logrado encontrar una palabra que rimaba con "sífilis", volviendo así aceptable esa palabra que la poesía no ha previsto. Nos hizo reír cuando le trajeron la cena, tres purés cuyos colores nos pidió que le describiéramos, comparándolos con la insipidez común a los tres. E imaginó un paté de conejo en su propia piel, o un fénix cocinado en su propia ceniza.

 Ignoro si estos fragmentos de recuerdos, estas migajas, pueden sugerir lo que fue ese rato. A Borges le gustaba reír, aunque a menudo no reía de manera evidente, hasta cuando su risa, siempre dispuesta, ya se había extinguido para decir algo que la provocaba a su vez en el interlocutor.

Estas imágenes, como en el caso de Guibert, me parecen preciosas si no se pierden de vista las circunstancias, la muerte, que él sabía inminente. ¿Se preparaba para entrar en la muerte como se entra, conforme lo deseaba, en una fiesta, o quería permanecer fiel a uno de sus últimos poemas, en memoria del amigo ginebrino que acababa de morir?

María lo incitó a levantarse, era necesario que caminase, que se paseara. Mientras cruzábamos el umbral de la habitación y entrábamos en el vasto, interminable corredor, salió tomándonos del brazo, declamando, con esa voz que le ahuecaba el pecho, buscando la férrea música del idioma sajón, el pasaje de la "Batalla de Maldon" en el que un joven soldado que ha ido a cazar, al oír de repente el llamado de su jefe, deja que el bienamado halcón vuele de su mano hacia el bosque, y él entra en la batalla.

Nos sentamos en el fondo del corredor, en la rotonda, bajo la claraboya que a esa hora de la tarde irradiaba una feroz luminosidad química. Borges advirtió su intensidad: "Ahora ya no veo más que ese horrible color violeta". Largo tiempo le había sido fiel el amarillo; al comienzo de la ceguera, distinguía el verde del azul.
Temeroso siempre de expresarme con imprecisión delante de él, de proferir trivialidades -que él cazaba al vuelo, no sin agregar, según su costumbre, esa interrogación monosilábica de cortesía, al final de una frase: "¿No?"-, debí de preguntarle algo sobre las literaturas antiguas que él amaba. Sin responder a mi pregunta, empezó a recitar, escandiendo párrafos rimados en los que creí reconocer sonidos ingleses. "Es horrible, ¿no?" Se trataba de la traducción de la Odisea perpetrada por el prerrafaelista William Morris, que pretendía extirpar del inglés todas las palabras de origen latino.

Sólo por el placer de oírlo repetir una de las frases de él que prefiero, le pregunté por qué había aprendido de memoria algo horrible. "La fealdad es tan memorable como la belleza", contestó, con un tono casi alegre.

* * *

Cuando llegamos a la callejuela sin nombre y nos detuvimos frente a la puerta sin número, comprendí por qué María había tomado la precaución de citarme en el hotel. Quince días antes, Marguerite Yourcenar había viajado a Ginebra para visitar a Borges. En espera de que la compañía de teléfonos instalara uno en su nueva pero última morada, él todavía estaba en el hotel. Le había hablado a Marguerite del departamento, pidiéndole que fuera a verlo y luego se lo describiera minuciosamente. El guardaba la llave, la tenía en el bolsillo de la bata. Exactamente un año más tarde, en el mes de junio, Marguerite Yourcenar me contará eso, en el transcurso de la única verdadera entrevista que tendremos -y no olvidó añadir que omitió mencionar el vasto espejo que, al abrir la puerta, se alzaba frente al visitante y se prolongaba a derecha e izquierda creando un pasillo: ¿cómo se hubiera atrevido ella a aludir a ese mundo de reflejos inciertos, cuando tantas páginas del poeta hablan del horror que desde la infancia ese mundo le provocaba?

* * *

Una sucesión de habitaciones vacías pero lujosas, a juzgar por los revestimientos de roble. El silencio que parecía reinar en el departamento súbitamente se rompió al abrir la puerta: lamentos que parecían vagidos. En su cama -tan angosta como la que usaba en Buenos Aires, la de toda su vida-, sin duda Borges tenía una pesadilla. Pero María le tomó la mano: "Borges, ya estamos aquí", y de inmediato cesó su desolada queja, los rasgos distendidos, los labios entre la sonrisa y la palabra. No volvería a mostrar señales de angustia, apenas de una ansiedad intermitente, un temblor brusco y ligero, como cuando soñamos.

Nosotros permanecimos atentos al menor signo, al mínimo gesto.
"Nosotros" éramos María, uno de los dos médicos que lo habían atendido en el hospital cantonal, la enfermera de día -su lectora en francés-, yo y, más tarde, la enfermera alemana. El médico, sentado al borde del lecho, la mano sobre la rodilla de Borges. Sin duda, uno muere menos solo cuando una mano tranquila y que reconocemos nos toca.

Sobre la mesita baja, junto a la cama, dos libros: una selección de cartas de Voltaire y los Fragmentos de Novalis, que le leía la enfermera de noche, la alemana. Al pie de la cama, que tocaba a la pared, una estrecha ventana contrastaba con el revestimiento de madera, reciente, cuidado. Era el 13 de junio. Hacía calor. El sol se ponía tarde. Un haz de rayos de sol se derramó sobre el lecho, iluminando el hueco en que éste se encastraba, y luego a nuestro pequeño grupo. Borges sacudió el índice sin mover la mano, como quien espanta una mosca. La sábana blanca resplandeció largo rato, pero el tiempo se llevaba consigo la luz, como quien retira un velo. Borges tenía la chaqueta del pijama, que era de color gris perla, desabrochada hasta el tercer botón. Su cuello, alisado por la posición de la cabeza, echada hacia atrás, era ancho y hasta poderoso.

En esta residencia de la ciudad vieja, donde él quería que tuviera lugar la cita con la muerte, el destino le había reservado un lugar tranquilo donde retirarse cuya pequeña ventana debía de crear un vínculo con las casas de antaño, allá lejos -un vínculo para que él muriese un poco en su casa, donde la mecedora de su madre se había inmovilizado muchos años atrás-. Puesto que no podía morir en esa Buenos Aires que, a su entender, ya no existía, quería que el gran encuentro ocurriese allí, en el barrio ginebrino donde él había despertado a la ciencia vagabunda de la literatura.

Sus médicos, que se habían convertido en sus amigos, hablaban de su alegría cuando se encontró por fin en la casa que había elegido. Había pasado el día exultante, con una euforia por momentos convulsiva, y repentinamente se alejaba, inmerso en una suerte de beatitud. ¿Había abandonado ya el universo de las palabras, donde todo ocurría para él? Estaba tranquilo, la gravedad y la dulzura pintadas en el rostro, una mano sobre el pecho, abismado en sí mismo, sustraído al tiempo -¿cara a cara con esos espacios infinitos que aterraban a Pascal?

Hay en la espera de la muerte un no sé qué de fin del mundo. Próximo a la fuente de las lágrimas, el testigo tropieza con sus propios límites, y llega a tener la sensación de hallarse en el lugar del moribundo.

En otro cantón de la Confederación, Joyce. La balsa de la noche avanzaba. Llegábamos al centro de la noche, la noche que respiraba a grandes bocanadas.
Siglos habían transcurrido cuando una luz grisácea tiñó la pequeña ventana. Una luz opaca, glauca, que viraba al amarillo. Y el sol. Adormecido en la sustancia de la muerte, el espíritu resucitaba entre la vigilia y el sueño. De pronto, un rayo de luz atravesó el vidrio, disipando un poco la penumbra. Y vi el pie de Borges que, fuera de la sábana, apuntaba con el dedo gordo hacia el techo. Ese pie que, como a él le gustaba decir, había "fatigado las calles". La desnudez del pie, tan íntima, que evocaba las palabras del poeta: "De sus pies sube entonces en él la muerte azul". De cuando en cuando, Sócrates, glorioso u oscuro, vuelve a morir sobre la Tierra. Cuántas veces habremos oído a Borges recordar que Sócrates no quiso prodigar adioses patéticos a sus amigos, a la hora de la cicuta, sino conversar con ellos tranquilamente, seguir pensando. ¿No había comentado, en el umbral mismo de la muerte, que el placer y el dolor son inseparables, puesto que si las cadenas le pesaban en la prisión, acarreando una forma de dolor, una vez que se las quitaron experimentó un feliz alivio?

También Borges, en su cama del hospital, no había hablado sino de literatura, toda una tarde. La enfermera empezó a friccionarle el pie -el pie que se ponía azul; la sangre carecía de impulso para subir hasta el corazón. Yo había convencido a María de que descansara un rato. Ahora era necesario llamarla. No tuve tiempo de dar un paso: María estaba en el vano de la puerta.
Se sentó a la cabecera de Borges, su mano en las suyas. Moví mi silla un poco hacia atrás. Yo no había advertido movimiento alguno, y sin embargo la cabeza de Borges se inclinaba ahora hacia ella.

Entre las cosas que nos ocurren, algunas son demasiado grandes para ser tan sólo un acontecimiento. El suelo de la realidad no las soporta, el espíritu las rechaza.

Borges murió muy lentamente y en silencio, como un reloj de arena que se vacía.
Era el 14 de junio, un sábado. Mi reloj marcaba las siete y cuarenta y siete.
Nunca le confesé que escribía. Está bien así..."
Extracto de Héctor Bianciotti, Como la huella del pájaro en el aire (Editorial Tusquets, 2001) publicado por La Nación , Buenos Aires, 2001

Fuente : Ignoria – Biblioteca Hogar

Ginebra, II

Ayer recorrí toda la ciudad en bicicleta -la alcaldía de Ginebra las presta previo deposito de 20 Francos- y recorrí la zona norte con el jardín botánico y las sedes de la Cruz roja y la OMS. A la tarde me fui hasta el sur de la ciudad donde el Rodano se une con el Arve. Nade un rato en el Rodano que tiene aguas frescas y transparentes. Conocí el casco antiguo de la ciudad, la Iglesia y leí algo de Calvino.
A la tardecita antes de volver al hotel nade en una de las playas del lago.
En el hotel leí la nota de Abrahan en La nación y no pude menos que comparar rápidamente aquí y allá.
Así las cosas en Ginebra, así las cosas en casa.

3.8.11

Ginebra, I

Hace unos dias que estoy en esta ciudad.

Escribe Berger sobre Ginebra,

"...Ginebra es tan enigmática y contradictoria como un ser vivo. Yo podría rellenar su documento de identidad. Nacionalidad: Neutral. Sexo: Femenino. Edad: (seamos discretos) parece más joven de lo que es. Estado civil: Separada. Rasgo físico: Ligeramente cargada de espaldas debido a su miopía. Observaciones generales: Sexy y reservada. No encontrarán confirmación de estas cosas en guía turística alguna, pero sí en ciertos escritos de Conrad, Graham Greene y Jorge Luis Borges.

Durante siglos, los viajeros de paso han dejado cartas, instrucciones, mapas, listas y mensajes, para que Ginebra los entregue a otros viajeros que llegarán después.

A comienzos del siglo XX, Ginebra era un lugar habitual de reunión para los revolucionarios y conspiradores europeos, del mismo modo que ahora es uno de los puntos de encuentro de los mafiosos del nuevo orden económico mundial. Y, de forma más permanente, alberga a la Cruz Roja Internacional, a Naciones Unidas, a la Organización Internacional del Trabajo, a la Organización Mundial de la Salud y al Concilio Ecuménico de Iglesias. El 40% de la población es extranjera. Veinticinco mil personas viven y trabajan allí sin papeles. En la ONU, unos 24 hombres trabajan a jornada completa simplemente para llevar archivos y cartas de un departamento a otro.

Aunque es descendiente directa de Calvino, nada de lo que oye o ve la sorprende. Nada le tienta tampoco, o por lo menos nada que sea obvio. Su pasión secreta (porque naturalmente tiene una) está bien oculta y sólo unos pocos la han percibido, entre ellos Jorge Luis Borges que, en 1955, cuando estaba casi ciego, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires..."